La actividad física es inherente al ser humano. Desde el primer día de nacidos movemos brazos y piernas, y el oxígeno comienza a circular por todo nuestro cuerpo. Con el paso del tiempo adquirimos la habilidad de gatear y coordinamos nuestras extremidades para lograr avanzar. Son esos los inicios de motricidad que se desarrollarán conforme aprendemos a mantener el equilibrio, caminar y después, correr.
Corremos primero como una actividad lúdica, un juego de convivencia, un acto divertido que nos ayuda a socializar y ganar confianza en nuestra primera infancia. Correr, siendo niños pequeños, se convierte también en una manera de comunicarnos. Y luego encontramos un primer sentido en correr.
Correr para conocer el mundo
De niños corremos porque nos quieren “encantar” o porque queremos “desencantar” a nuestras amigas y amigos en el recreo. Corremos los fines de semana porque tenemos que alcanzar un balón y meter gol, encestar o porque le pegamos con un bate a una pelota y debemos llegar a la almohadilla aunque dejemos la rodilla de los pantalones en la tierra.
En la primera infancia ya no corremos solamente por diversión y comunicación, sino también porque desarrollamos empatía con nuestro entorno y con quienes están en él, creando un sentimiento de solidaridad grupal. Entendemos que con mi esfuerzo y el de los demás, somos capaces de alcanzar un objetivo en común y una alegría por y para el equipo.
Para estos momentos nuestros padres y profesores ya nos han inculcado que una vida saludable haciendo ejercicio físico es uno de los pilares fundamentales para nuestro desarrollo y, si tenemos especial inclinación y habilidades para algún deporte en especial, quizás sea el momento adecuado para comenzar un entrenamiento más específico y dedicado. Digamos que estamos entre los ocho y diez años.
El primer deporte quizás no sea el único
De acuerdo a las características físicas, habilidades propias de cada niño y hasta por temas de carácter y personalidad, es que se desarrolla un gusto especial hacia algún deporte por encima de cualquier otro.
No todos los niños están hechos para deportes de conjunto, de velocidad o de contacto y tanto padres como posibles entrenadores deben monitorear constantemente el desarrollo y comportamiento del pequeño luego de unas semanas de entrenamiento sistematizado. Quizás al hacerlo de manera más disciplinada pierda la magia y no sea lo que el chico imaginaba. ¡No pasa nada! Siempre habrá un gran abanico de posibilidades deportivas.
No es raro que las y los chiquillos pasen de un deporte a otro en el lapso de unas semanas, y quizás brinquen a disciplinas que ni siquiera son similares. ¿Quién nos dice que una pequeñita que hoy se inició en la gimnasia artística para emocionar a mamá, mañana encontrará su verdadero camino como una potente delantera de soccer? ¿O un chico que comenzó en el adrenalínico futbol americano descubra paz y estabilidad en la introspectiva natación? ¡Y por supuesto que se vale probar! Eso sí, siempre con la guía de profesionales certificados para lograr mantener y desarrollar su bienestar físico y mental.
Quiérelos. Apóyalos. Motívalos
Nuestro papel como adultos responsables y amorosos padres y madres de familia es mantener la vista, antes que nada, en una sola y valiosísima cosa: el deporte en la infancia debe ser totalmente lúdico, para que después, en la juventud, sea 100 % formativo y así, ya como adulto, hacer de él un estilo de vida.
Otra cosa. Nunca pierdas de vista que la única persona que debe ser feliz con la práctica del deporte es él o ella, aunque no sea el deporte que más enloquece a los padres. No impongas disciplinas donde no se encontrarán plenos ni satisfechos. Recuerda que tu papel de padre o madre es apoyarlos y motivarlos a ser los mejores. Siempre.
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